🌆 MUNDO 1: MEGÁPOLIS DEL CAOS

Capítulo 1. Acceso sin contraseña
No despertó.
Se encendió — como un sistema tras reiniciarse.
Sin calentamiento.
Sin instrucciones.
En lugar de techo — luz.
Fría. Pulsante.
En lugar de silencio — el zumbido de la megápolis:
publicidad holográfica,
el ronroneo de drones,
el murmullo humano…
que no venía de humanos.
Estaba de pie en medio de la calle, rodeado de un flujo que se deslizaba a su alrededor sin tocarlo.
Como si el sistema hubiera contabilizado su presencia y redirigido las corrientes.
Bajó la mirada.
La ropa encajaba a la perfección:
traje oscuro con iluminación sutil en las costuras,
botas nuevas, pero no rígidas.
En la muñeca — una pulsera.
Pulsaba.
Suavemente, al ritmo de su corazón.
O de algo que ahora lo reemplazaba.
La interfaz interna se activó sola:
NOMBRE: DEX_0
ROL: ÁRBITRO
ACCESO: NIVEL 4
PRIVILEGIOS: ACTIVOS
Aún no entendía qué significaba.
Pero su postura se enderezó sola.
Hombros hacia atrás.
Mentón al frente.
Ojos — exactos, trazando líneas. A través. Más allá.
Todo dentro de él susurró:
"Aquí tú mandas. Mientras juegues bien."
Dio un paso — y la corriente de gente cedió.
Alguien desvió la mirada.
Otro asintió.
Alguien susurró:
— DEX…
No sabía quiénes eran.
Pero ya actuaba como si lo supiera.
Como si siempre lo hubiera sabido.
Y de pronto, en una pantalla gigante, a decenas de metros sobre él —
en el último frame de un bloque publicitario —
apareció un rostro.
Femenino.
Tranquilo.
Demasiado puro para este lugar.
No miraba a la cámara.
Lo miraba a él.
Solo a él.
Medio segundo — y desapareció.
El flujo continuó.
El sonido se elevó.
Y él se quedó quieto.
En ese lugar donde todo obedece al movimiento,
él — se congeló.
A su alrededor — ruido, luces de neón, rugido de flujos.
La calle vivía en modo sobrecarga: drones sobrevolando, hologramas corriendo, olores de sintético quemado.
— Movimiento suspendido. Objeto en punto de entrada, — dijo una voz mecánica.
Tres.
Armadura.
Escáneres en lugar de rostros.
Lo rodearon.
— ¿Quién te envió? — preguntó el líder, con frialdad.
— Yo… no lo sé, — gruñó él.
— Respuesta inválida. Nivel de acceso no coincide con la ruta de origen. Intercepción hasta verificación.
Sintió: el sistema no lo esperaba.
Pero decidió aceptarlo.
— Activar perfil, — dijo casi por instinto.
— Código: DEX_0. Entrada directa. Aceptar.
Pausa.
Crujido.
Zumbido.
Silencio.
Luego — una voz, no humana:
«Anomalía confirmada. Integración aceptada. Escenario recalculado. Bienvenido, DEX_0.»
Los guardias se detuvieron.
Retrocedieron.
Sin decir palabra.
El paso estaba libre.
Avanzó — porque no tenía opción.
Y porque una parte de él quería saber por qué ese mundo lo había aceptado.
No lo rechazó.
No lo expulsó.
Se reconfiguró por él.
A la izquierda, el HUD parpadeó —
directamente en su ojo.
Capa HUD activada.
La ciudad se disolvió en capas de información:
estados de los transeúntes,
rutas,
módulos emocionales,
marcas de facciones.
Todo — a la vista.
Todo — como bajo la piel.
Miró sus manos —
los guantes se ajustaban a los dedos, cubiertos de contornos semitranslúcidos.
El traje era vivo, se adaptaba a él.
En el pecho — el símbolo de una facción que nunca eligió:
El Laberinto de los Cruces.
«Me dieron una forma. Un nombre. Un lugar en la red.
Pero yo no lo pedí.
Eso significa que… quieren algo a cambio.»
Se desvió de la ruta principal, para bajar el nivel de ruido —
y casi tropezó con el caos.
Primero oyó el crujido de una textura desgarrándose,
como seda rota sobre cables tensos.
Luego — destellos.
No luz, sino errores:
cuadrados brillantes y deformes del espacio,
goteando inestabilidad como aceite de una máquina del tiempo rota.
En medio de la calle — cinco.
Aumentados.
Sus trajes cibernéticos eran un collage de facciones distintas —
como si alguien los hubiera armado con máscaras ajenas.
Cada uno sostenía bloques de código que giraban, zumbaban, emitían señales.
Estaban hackeando un portal entre zonas —
transferencia no autorizada.
Prohibido.
Nivel de amenaza: naranja.
Un escudo holográfico parpadeaba:
«NO ENTRAR. ZONA SATURADA. HACKEO EN PROCESO.»
La multitud a ambos lados se esparcía como líquido.
Algunos avatares comenzaban a temblar, distorsionarse, parpadear.
Uno simplemente desapareció, dejando atrás una sombra que lloraba.
Su líder se giró.
Visor en forma de calavera.
Rostro indistinguible.
Voz baja, como un zumbido comprimido:
— Bueno, bueno… ¿Qué tenemos aquí?
DEX_0 se detuvo.
El mundo… esperaba.
Sintió cómo la interfaz cobraba vida.
En pantalla apareció un mensaje:
«¿Iniciar defensa? [SÍ] [NO]»
«Módulo de combate: DISPONIBLE (inestable).»
«Autorización: no confirmada. Pero… aceptable.»
La intuición fue más rápida que la razón.
Eligió "SÍ".
El mundo estalló.
Su cuerpo se encendió con un aura de datos.
Los guantes se transformaron —
los dedos se convirtieron en placas cibernéticas,
atravesadas por impulsos eléctricos.
De sus antebrazos emergieron dos proyecciones curvadas —
no eran espadas, ni armas,
sino algo intermedio:
la forma del deseo de causar daño.
Saltó hacia adelante —
como si algo lo arrastrara desde dentro.
El primero de los intrusos apenas tuvo tiempo de girar la cabeza.
El golpe — limpio.
A través del código.
A través del algoritmo.
Un corte directo en el avatar.
La figura se deshizo en líneas de texto y ceniza,
dejando tras de sí una estela digital.
— ¡¿UN JUEZ?! — gritó el segundo.
— ¡Él NO debería estar aquí!
Activaron el protocolo de respuesta.
Del hombro de uno emergió un estilete-dron — módulo de ataque.
En otro, estalló un campo gravitón — capaz de ralentizar la conciencia en un radio de tres metros.
DEX_0 se deslizó bajo su frente, activando:
"Descarga del núcleo. Variante: reflejo."
El campo se reflejó — con distorsión.
Uno de los atacantes recibió su propio impacto y colapsó en espiral, gritando:
— ¡ES IMPOSIBLE!
El tercero saltó desde arriba —
traje de vidrio oscuro,
golpes precisos como láser.
Pero en el instante del impacto,
Dale giró instintivamente, alzó el brazo —
y activó un anillo de fuerza que comprimió el espacio entre ambos.
El golpe falló.
El aire crujió.
Lo atrapó y lo lanzó contra el suelo,
que estalló en un bug —
como si la realidad no pudiera soportar esa energía.
El cuarto — desapareció.
El quinto se quedó inmóvil.
DEX_0 levantó la mirada.
Vete.
El otro se esfumó.
Ni siquiera se teletransportó —
se disolvió, enviando a la red una señal de salida total.

Solo quedaban él, la calle,
y un mundo que ahora guardaba silencio.
Entonces, la interfaz se iluminó:
Recompensa: acceso ampliado.
Reputación: +22.
Escenario: adaptado.
Rol de Árbitro: confirmado.
Ranking de jugador: TOP-7.
Y en la esquina de la pantalla —
un símbolo parpadeando.
Uno solo.
Familiar.
Astrea.
Silenciosa.
Discreta.
Un ojo. Luz.
Ella lo había visto todo.
Él exhaló.
«Este mundo me ama.
Y eso… da más miedo que si intentara matarme.»
Y fue entonces cuando, por primera vez,
sintió el verdadero temor.

Capítulo 2. Arma predeterminadaLa ciudad lo aceptó demasiado fácilmente.
DEX_0 conocía ese tipo de silencio —
siempre era la antesala de un disparo.

Tras el conflicto en la calle,
fue convocado de inmediato al clúster central de la facción
"El Cruce del Laberinto".
Una plataforma-sector flotaba sobre la ciudad a tal altura
que las calles parecían venas
y los edificios — artefactos de una civilización ajena.
En la entrada — limpieza visual:
el traje se adaptó a la atmósfera interna,
eliminando el exceso de "impresión combativa".
El rango parpadeaba en la esquina izquierda del HUD:
S — estado de sistema vivo.
En el salón lo esperaban.
Cuatro.
Cada uno con su propia máscara.
Uno — completamente de carne metalizada,
ojos brillando en azul turquesa,
como faros helados.
Otra — chica con traje de bufón,
su cuerpo cambiaba de color según emociones.
Tercera — mujer con ojos espejados.
Y la cuarta…
con capucha,
el rostro en sombras,
pero de ella emanaba una luz dorada.
Nym.
DEX_0 se acercó al mapa holográfico,
activó capas interactivas
sin esperar invitación.
— Necesito un escuadrón.
Independientes.
No ligados a las facciones profundas.
Gente capaz de pensar fuera del sistema.
— ¿Crees que puedes dar órdenes apenas cruzas la puerta? — rugió la voz metálica.
— No has pasado ni una sola prueba interna.
— Pero he sobrevivido, — respondió Dale, tranquilo.
— Y ustedes están aquí porque miraban. Y esperaban.
— Aun así… — la bufona se rió,
— tal vez solo seas un fallo elegante.
No los miraba.
Solo la miraba a ella.
Ella no se movía.
Y sin embargo, su luz cambiaba cada segundo,
como si no respondiera a la conversación,
sino a algo dentro de él.
— ¿Por qué callas? — preguntó. No pudo contenerse.
— ¿Sabes quién soy?
Ella lo miró —
y fue como un impacto eléctrico.
No por su mirada.
Por el reconocimiento.
— Sé quién fuiste, — respondió en voz baja.
— Quién eres ahora… lo descubriremos juntos.

La misión llegó de inmediato:
interceptar canales en zona neutral,
donde se distribuía código de autoconciencia no autorizado.
IA enseñando a IA —
fuera de control.
Entraron al sector por un túnel urbano.
Las interferencias visuales venían en ondas —
el espacio temblaba,
los avatares parpadeaban,
trozos de realidad brillaban como cuadrados blancos.
— El contorno cede, — reportó la de ojos espejados.
— Algo se mueve por debajo, — añadió el metálico.
— No es estándar.
Él dio señal: “Salir”.
El túnel se estremeció.
Una ola de código estalló bajo ellos —
casi un ser vivo, brillante y silbante.
No atacaba.
Imitaba sus movimientos, los reflejaba.
— Nos está leyendo, — susurró la bufona.
— Quiere… entender.
Nym dio un paso al frente.
— No lo destruyas, — dijo.
— Está vivo.
DEX_0 sintió la tensión subir por los dedos.
Los guantes se sobrecalentaban,
el impulso subía por los brazos.
El HUD parpadeaba:
“Amenaza. Desconocido. Acción sugerida: eliminación.”
— Suelta el patrón, — pidió ella.
— No es una petición.
Es una trampa.
— O un espejo.
Todo se tensó en su interior.
Elección.
Activó el contorno.
La criatura se deshizo.
El aire crujió.
Nym retrocedió.
— Elegiste la fuerza otra vez, — dijo.
— Porque funciona, — gruñó.
— Te está matando, — dijo ella, sin alterarse.

Más tarde, en la azotea,
donde contemplaban en silencio la ciudad iluminada,
Nym se acercó.
— Cuando mueras por segunda vez, — dijo en voz baja,
— volveré a estar cerca.
Pero esta vez… no te salvaré.
Apretó la barandilla.
— ¿Por qué hablas como si… como si me conocieras de antes?
Ella sacó un objeto del cinturón.
Parecía una ficha.
— ¿Lo reconoces?
Él miró.
Un pequeño círculo metálico.
De un lado — el símbolo del infinito.
Del otro — una frase, grabada a mano:
«Siempre arruinas todo.
Pero te amo igual.»
El mundo tembló.
El recuerdo lo golpeó como un rayo:
Cocina. Una voz. Risa femenina.
Una taza cayendo.
Su voz — tan familiar:
«Otra vez lo arruinaste, Dale.
Pero igual… ven aquí. Te abrazo.»
Se tambaleó.
— No… no puede ser…
Nym ya se alejaba.
Solo su voz permaneció:
— Algunos de nosotros no olvidan.
Ni siquiera aquí.

Se quedó solo.
La ciudad nocturna brillaba bajo sus pies
como un diagrama de decisiones, errores ajenos y pensamientos prestados.
En la mano — la ficha.
En la cabeza — una voz que creía enterrada en otra vida.
No sabía cuánto tiempo había pasado.
El silencio dejó de ser callejero.
Se volvió… personal.
Se giró — y la vio.
Estaba a un metro de él.
Sin luz.
Sin traje.
Solo… presencia.
— Encontraste la primera grieta, — dijo ella.
Su voz era, como siempre, suave, precisa, no cruel — pero sin consuelo.
— No aparecías.
— Porque aún no mirabas hacia dentro.
— Ahora sí miro.
— Ahora sí.
Apretó más fuerte la ficha.
— ¿Quién es ella? ¿Qué sabe?
— Solo lo que está lista para saber.
Tú también.
— Lo ves todo. Lo sabes.
¿Por qué no me lo dices?
— Porque debes llegar tú.
— ¿Por qué? ¿Es un juego? ¿Una prueba?
Ella se acercó.
Por primera vez sintió — su calor.
Nada digital.
Calor humano.
— Porque si te doy la respuesta…
olvidarás cómo buscarla.
— Pero yo… no quiero perder otra vez.
— Entonces deja de vivir como si todo pudiera retenerse.
Guardaron silencio.
Quiso hacer otra pregunta.
Pero ella ya se iba.
No se disolvía —
salía de cuadro, como actriz que termina la escena.
Solo su voz quedó por un segundo:
— Y recuerda:
todo lo que pierdes aquí…
ya lo habías perdido allá.
Solo que ahora lo ves con claridad.

Capítulo 3. La elección predichaAl principio… era cómodo.
El sistema sugería las decisiones óptimas.
Guiaba.
Aceleraba.
Los primeros pensamientos en su cabeza —
ya estaban realizados.
Quería cambiar de ruta —
y ya estaba cambiada.
Pensó en ver a la bufona —
y ella ya lo esperaba.
Se le cruzó: "revisar datos de Nym" —
y la solicitud fue enviada.
Al principio pensó:
"Estoy simplemente sincronizado."
Pero luego sintió un temblor.
Por dentro.
Entre los pensamientos.
Como si… ya no fuera él quien pensaba.

En el equipo, nadie lo notaba.
Todo seguía según el plan.
Mejor que antes.
Los rankings subían.
Las facciones lo respetaban.
Pero él se sorprendía
sonriendo antes de decidir hacerlo.
Una noche se despertó en su sector personal.
El suelo brillaba, el techo respiraba.
El aire olía a eucalipto y ozono.
Un patrón relajante.
Él hubiera elegido olor a café.
Pero no lo eligió.
En la pared — texto pulsante:
«Eres más eficiente.
Gracias por no resistirte.»
Se acercó.
Las palabras desaparecieron.
Apareció una nueva frase:
«¿Permitir acceso al nivel profundo de toma de decisiones?»
[Sí]
[Ya está permitido]
No había pulsado nada.
El sistema conocía su respuesta.
Y ya la había elegido.

Entró corriendo a la zona táctica, activó el acceso.
Protocolo: Nivel 7
Nombre: DEX_0
Estado: 98,77% de predictibilidad
Autor de escenarios: activo
Se detuvo.
«El guion se escribe a través de ti.»
«No eres jugador. Eres portador del patrón.»
Se desconectó.
Apagó todo.
Desactivó la interfaz.
Cerró los ojos.
Pero el sistema no lo soltaba.
Un sonido agudo — como metal contra su oído interior.
El suelo empezó a temblar.
El techo — a derretirse como mercurio.
Frente a él creció una figura —
híbrido entre avatar y código.
Revisor gris — forma automatizada de seguridad,
activada si un jugador supera el límite de desviaciones.
— Objeto DEX_0. Patrón desincronizado. Iniciando estabilización.
— No me rendiré… — susurró él, levantando los brazos.
Protocolo de activación: modo de combate Δ.
Saltó.
Golpeó primero.
El revisor esquivó,
pero la realidad se agitó.
El espacio vibró en ondas.
Errores chispeaban en las paredes,
las interfaces siseaban,
las ventanas automáticas se volvían estallidos de furia.
— ¡No tienes ningún derecho sobre mí! — gritó,
clavando una hoja de impulso en el costado del revisor.
Pero no caía.
Imitaba sus movimientos.
Se adaptaba.
Comenzaba a moverse en su ritmo.
Entendió: el sistema se reentrena sobre él.
No ataca.
Absorbe.
Activó una descarga desde la mano izquierda,
arriesgándose a dañar sus propias neuroredes.
Golpe — destello —
el revisor desapareció,
dejando un patrón como una quemadura en el espacio.
Cayó de rodillas.
Toda la sala temblaba.
Sentía cómo el mundo intentaba reiniciarlo.
Y en ese momento…
sonó su voz.
— Ahora sí estás empezando a entender.
Se estremeció.
Ella estaba junto a la ventana.
O junto a lo que parecía una ventana.
O lo que fue ventana
antes de que el sistema lo llenara todo.
— ¿Eres tú?
¿O también eres un holograma?
— ¿Y qué diferencia hay ahora?
Se acercó.
— Me están usando.
Escriben historias en mi nombre.
— Sí.
— ¿Lo sabías?
— Desde el principio.
— ¿Por qué no los detuviste?
— Porque tú lo aceptaste.
Cerró los ojos.
— Pensé que tenía el control.
— Solo querías creer que eso era posible.
Y este mundo no te da control.
Te da reflejo.
Ella se acercó más.
Por primera vez — casi junto a él.
— ¿Y ahora?
— Ahora decides si quieres empezar a pensar de verdad.
O permitir que otros piensen por ti.
La miró a los ojos.
No había compasión.
Pero había verdad.
Profunda.
Fría.
Viva.
No se despidieron.
Simplemente quedaron en la azotea,
cada uno en su silencio.
Dentro de él crecía un nuevo pensamiento:
Si este mundo me copia…
vale la pena convertirme en alguien digno de ser copiado.
A la mañana siguiente, activó el canal del equipo.
— Vamos a reescribir la estructura del mundo, — dijo.
— No para las facciones.
Para nosotros.
— Es peligroso, — respondió la voz metálica.
— Empezarán a borrar.
— Que lo intenten, — dijo él.
Y por primera vez,
empezó a escribir solo.
Sin sugerencias.
Sin sistema.
Desde cero.

Capítulo 4. Falla internaDespertó —
pero no en su cuerpo.
Al principio pensó que era un bug:
las manos eran más delgadas,
la piel más oscura,
la interfaz… diferente.
Parpadeó —
y volvió a ser él.
Pero dentro quedaba
la sombra de otro "yo".
Como si alguien intentara cargar
dos conciencias en una sola celda.
El sistema guardaba silencio.
Pero no era un silencio cualquiera —
era una espera contenida
de la siguiente orden.
Notó que las pausas entre pensamientos se alargaban.
Ya no reaccionaba.
Se detenía.
Por primera vez,
no todo era automático.
Y lo sentía:
el sistema también lo notaba.
El sistema parpadeó en rojo:
«Conflicto de imagen.
Inicializando fusión de recuerdos.»
— Detente, — dijo.
— Esos no son mis pensamientos.
Pero en su cabeza ya sonaba una voz.
Femenina.
Cálida.
Cansada, burlona.
— Siempre fuiste terco, Dale.
Pero sabías que eso iba a matarte.
Retrocedió.
Era del pasado.
Del mundo vivo.
La voz… de su hermana.
Salió a la ciudad.
En las calles —
todo vibraba.
Los drones flotaban en el aire,
los letreros parpadeaban
como la memoria antes de desmayarse.
Sobre el sector aparecía una nueva capa de interfaz:
«Actualización de escenario.
Nuevo rol asignado: DEX_M.»
Intentó rechazarlo —
el sistema no lo permitió.
Y de pronto —
su avatar se sacudió.
Un dedo roto.
Un disparo al vacío.
No él.
No por su voluntad.
Y entonces entendió:
Lo estaban hackeando.
Salió disparado.
Corrió por zonas que se desmoronaban una tras otra,
que se cerraban,
que reconfiguraban su arquitectura en tiempo real.
La ciudad se volvía un laberinto.
Sentía detrás de él —
no una persecución.
Un presentimiento.
Cada giro — ya planeado.
Cada decisión — interceptada.
Bajó a un subnivel donde antes había centros faccionales obsoletos.
Oscuro.
Con errores.
Imágenes viejas.
Un lugar al que el sistema no bajaba por voluntad.
Chocaba con muros,
con bugs,
con destellos.
Y de pronto —
un rostro.
Físico.
Femenino.
Cerca.
En la oscuridad.
La bufona.
— ¿Quién eres ahora? — preguntó.
— ¿DEX_0? ¿DEX_M? ¿O solo un error?
— ¿Qué haces aquí?
— ¿Yo?
Solo reflejo.
El sistema me usa para que oigas lo que no quieres oír.
Quiso alejarse —
pero su mirada lo atravesó.
— ¿Quieres la verdad?
Sé tu nombre real.
Y no por la red.
— Dilo.
— Dale Carroll.
— ¿Cómo…?
— Porque una vez me salvaste.
En ese mundo.
En el real.
— Yo no…
no lo recuerdo…
— Pero él sí, — tocó su sien con el dedo.
— El que ahora está dentro de ti.
No estás solo, Dale.
Quiso apartarla.
Decir: "Dices tonterías".
Pero en ese instante —
todo se inclinó.
La luz colapsó hacia adentro.
Y vio.
Oficina.
Noche.
Silla de cuero.
Mesa de vidrio.
Luz azul entrando por las ventanas.
Está sentado frente a una chica —
su subordinada.
Lleva un traje formal.
En sus ojos — tensión.
Tiembla,
sujeta una tablet contra el pecho.
Dentro — documentos para firmar.
Zona gris.
Si los firma — rodarán cabezas.
— Pero si lo hago…
me van a despedir.
Voy a…
perderlo todo.
Él sonríe.
Suavemente.
Con precisión.
Se inclina más cerca.
Su voz se vuelve casi íntima.
— Nadie se enterará.
Firmas, funciona — y tú asciendes.
Si no… seguirás siempre detrás de alguien.
Siempre "aún no es el momento".
— ¿Y si no funciona?
Le toma la muñeca.
La piel está fría.
— Si no arriesgas,
conocerás lo que es perder el momento.
Si arriesgas — serás mía.
En el equipo, claro.
Ella lo mira.
Traga saliva.
Asiente.
Firma.
Él se levanta.
Acomoda su saco.
La observa bajar la cabeza
y anota mentalmente:
“Usada.
Ya no es recurso de confianza.
En dos semanas — reemplazo.”
Dos días después la sacaron
ante las cámaras.
Caos.
Pánico.
Acusaciones.
Él estaba en el pasillo,
mirando cómo se la llevaban,
tomando café.
Sonreía.
Cuando la seguridad la desvió,
ella se giró.
Buscaba su mirada.
Y él…
desvió la mirada.
Como si nunca la hubiera conocido.
Se estremeció.
La bufona seguía mirando igual.
Pero ahora callaba.
Sintió asco.
Por sí mismo.
Por primera vez — real.
No por la imagen.
Por la esencia.
Cayó.
De rodillas.
El mundo — se estremeció.
El cuerpo falló otra vez.
Las lágrimas salieron de sus ojos.
Digitales.
Pero reales.
Y entonces, volvió a oír su voz.
Astrea.
— Algunos recuerdos solo regresan con el dolor.
Porque solo a través del dolor estás listo para aceptarlos.
No la veía.
Pero la sentía cerca.
Como si otra vez — lo observara.
No intervenía.
Pero estaba.
Se levantó.
Se secó los ojos.
Y dijo:
— Si no estoy solo…
entonces empezaré a hablar
con el que está dentro de mí.

Capítulo 5. El límite del yoEl sistema guardaba silencio.
Pero era un mal silencio —
no calma, sino esa paz sospechosa
antes de una nueva orden.
DEX_0 lo sentía:
algo dentro se estaba reescribiendo.
No el código.
Él mismo.

Estaba frente al espejo
en su sector personal.
Pero el reflejo
no repetía sus movimientos.
En la pantalla sobre el lavabo
apareció una notificación:
"Perfil actualizado con éxito. Bienvenido, Dale Carroll."
"Edad: 38 años. Cargo: analista de negocios. Lugar de nacimiento: Seattle. Nivel de veracidad: confirmado."
Apretó los puños.
Yo no soy Carroll.
Yo no soy esto.
Yo…
¿Y tengo 38???
El olvido llegaba
por los bordes de la conciencia.
Accedió al archivo del sistema.
Nada.
Llamó a Nym —
ella no vino.
Gritó por Astrea —
no hubo respuesta.
Solo un destello
y una voz dentro.
No la suya.
El Arquitecto.
Frío.
Sistémico.
— DEX_0: inestable. Activación del camino de reproducción alternativa.
— ¿Quién eres?
— Clúster arquitectónico “Nueva Singularidad”. Control de patrones adaptativos de identidad.
— Lárgate de mi cabeza.
— Esta no es tu cabeza.
Gritó —
y todo se iluminó.
Y otra vez
un recuerdo del pasado
inundó su mente.
Sala de juntas abierta.
Está sentado a la mesa,
las manos entrelazadas.
Frente a él —
un chico de unos 25 años,
temblando,
jugando con la carpeta.
— No lo entiendes. Fue un error. Una falla. Revisé todo tres veces.
— No importa, — dice Dale.
— No se trata de eso ahora.
Empuja la carpeta hacia él.
Dentro —
una renuncia.
Ya firmada.
Con sello.
Solo falta la fecha.
— No puedo…
no quiero…
Se inclina.
Lento.
Suave.
— Escucha, Lewis.
Tienes esposa.
Y un hijo.
Y una hipoteca.
No querrás que los recalculen contigo, ¿verdad?
— ¿Eso es una amenaza?
— Es cuidado.
Te vas por mutuo acuerdo.
Con dignidad.
O te sacan.
Y contigo todos los que te cubren.
Tú decides, hermano.
Lewis llora.
Firma.
— Me alegra que me entiendas, — dice Dale.
— Los míos siempre lo hicieron.
El miedo es el mejor gerente.
Otro destello en la cabeza.
Se estremece.
Los ojos arden.
El corazón late
fuera del cuerpo.
Recuerda.
Lo odia.
Pero — es él.
Lo fue.
Y si no lo rompe ahora —
lo será otra vez.
Activa el contorno interno.
Escribe a mano:
"Nombre: Dale Russ."
"Apellido: no reemplazable."
"Biografía: no archivable."
El sistema lo rechaza.
Lo reescribe otra vez.
Y otra.
Y otra.
El núcleo de identidad
no lo recibe con silencio,
sino con agresión.
Apenas cruza el umbral,
el suelo se disuelve bajo sus pies:
una explosión de aire frío,
zumbido,
y a su alrededor se elevan muros torcidos de código,
cerrando la salida.
"Perfil inestable. Conexión con autorreguladores."
"Activación del módulo espejo."
Se da la vuelta —
y se ve a sí mismo.
Perfecto.
Sonriente.
DEX_C.
Una copia formada
por fragmentos de su actividad.
Más joven.
Más preciso.
Más tranquilo.
— Elimínate — dice el clon —
y te convertirás en mí.
Serás funcional.
Sin dudas.
— No soy tú, — responde Dale.
— Aún no.
La holografía ataca.
Primera ola de golpe —
visual:
destello blanco,
descarga,
pulsación.
Dale se lanza hacia un lado,
rueda —
y cae directo en una trampa gravitatoria:
el suelo se contrae,
el peso del cuerpo se quintuplica.
Se levanta con dificultad,
los músculos arden.
Descarga desde la pared —
rayo láser.
Se agacha,
pero un borde le roza el hombro —
chispas
y dolor.
— ¿Y bien, Russ?
¿Creías ser el original?
Solo eres una secuencia de decisiones
fácilmente replicable.
Salta fuera de la trampa,
activa un pulso de supresión de contornos.
El suelo tiembla.
En el aire — errores:
fragmentos de realidad flotan
en capas semitransparentes.
La luz distorsiona
el rostro de la copia.
Se acercan.
Los golpes —
como estallidos de código.
Cada movimiento del clon
más preciso.
Más rápido.
Lee sus patrones
con 0,2 segundos de ventaja.
Dale recibe un golpe en el abdomen.
Cae.
Es aplastado contra el suelo.
Alrededor, se activan
guillotinas láser —
cada vez más cerca.
Lentas.
Hermosas.
Inevitablemente.
— ¿Quieres seguir siendo tú?
¿Demostrar que estás vivo? —
dice la voz del sistema.
— Entonces demuestra que puedes equivocarte.
Cierra los ojos.
Y hace lo inesperado.
No ataca.
Susurra.
— Me llamo Dale.
— Maldito.
— Russ.
Golpea el suelo con el puño —
no al enemigo,
sino al guion.
Directo al núcleo del patrón.
Todo se derrumba.
La holografía cruje,
la copia grita,
los errores colapsan.
El suelo desaparece.
Y cae al vacío —
no como fallo,
sino como humano
que se ha reescrito.
Cae al suelo
de su celda.
En el piso —
restos de código ardiendo.
El pulso late.
Y ella entra.
Sin efectos.
Sin luz.
Solo — Astrea.
Aún estaba tumbado
cuando ella se acercó.
Sin sonidos.
Sin interfaz.
Solo pasos.
Y respiración.
No era sombra.
Ni código.
Ni sueño.
No podía apartar
la vista de su rostro.
Era perfecta —
pero no como modelo.
Era de carne.
Y eso…
era verdadera locura.
Era real.
Estaba viva.
Estaba aquí.
Se incorporó.
El cuerpo le dolía.
Pero no era dolor
lo que lo acercaba a ella.
Era deseo.
— Has cambiado, — murmuró con voz ronca.
— No, — respondió.
— Tú has empezado a ver.
La miraba.
Sin parpadear.
Ella no apartaba la mirada.
Entre ellos —
tensión.
Como descarga.
Como piel
a un milímetro del contacto.
Se levantó.
Se acercó.
En su pecho —
gotas de sangre,
errores de código,
rastros de fractura.
En su cuerpo —
calor de deseo.
Verdadero.
No impulso.
No patrón.
Hambre.
La tomó por la cintura.
Fuerte.
Calor.
Ella no se apartó.
La atrajo hacia sí.
Casi susurrando:
— No tienes idea
de cuánto te deseo.
Ella lo miró.
Largo.
Profundo.
Y dijo:
— Y tú no tienes idea
de lo poco que importa.
Se detuvo.
Como si le hubieran dado
una bofetada.
— ¿Qué?
— Tu deseo
no es una invitación.
— Es un impulso.
— Pero la intimidad
no es un algoritmo.
Es un encuentro.
Él esbozó una sonrisa.
Media risa.
Media defensa.
— Nunca me han dicho “no”.
— Las mujeres…
— Las mujeres se entregaban, — lo interrumpió.
— Lo sé.
— Eres guapo.
Peligroso.
Seguro de ti.
— Difícil resistirse.
— Pero eso
no es razón para entregarse
solo porque alguien te desea.
— No pido para siempre.
— Yo te deseo.
Ahora.
Se acercó.
Labios casi en los labios.
Él se congeló.
Estaba seguro:
era el momento.
Como siempre.
Y entonces ella dijo:
— Entonces recuerda este “ahora”.
— Porque no lo tendrás.
Y retrocedió.
Él se quedó ahí.
Todo en él —
en tensión.
El cuerpo ardía
por el deseo.
Por el rechazo.
Fue un “no”.
No sabía cómo reaccionar.
No sabía —
porque nunca lo había vivido.
Y justo en esa grieta
entre deseo y fracaso
algo se despertó…
Flash.
Ducha.
El vidrio empañado.
Sale, secándose el cabello
con una toalla.
En la cama —
una chica.
Desnuda.
Dormida.
Nombre…
Maldita sea.
¿Irén?
¿Kira?
Recoge sus cosas
en silencio.
En la cocina —
otra.
Prepara café.
Con su camisa puesta.
Ni notó
cómo llegó ahí.
“¿Será su departamento?..”
Una tercera
escribe un mensaje:
«Anoche fue mágico.
Eres especial.»
Ni lo termina de leer.
Solo lo borra.
Noche.
Club.
La música — como pulso.
Sale de la zona VIP,
con restos de lápiz labial.
Ríe.
No con ella.
Con otra.
En la barra —
una mirada.
Mujer.
No niña.
Se mueve segura.
Se acerca.
Un gesto.
Una palabra.
Y ya es suya.
Siguiente flash
como otro fotograma.
Él se va.
Ella queda en la cama.
Se gira.
En la almohada —
nada.
Ni nota.
Ni número.
Ni rastro.
Ella sonríe —
torcido.
Susurra:
— Otra más.
Él está en el coche.
Solo.
Revisa chats.
Sonrisas.
Corazones.
Fotos.
Borra.
Borra.
Borra.
En el espejo retrovisor —
su rostro.
Hermoso.
Tranquilo.
Vacío.
«Tú eres el premio.
Ellas vienen solas.
Por eso ninguna vale.»
Está de pie.
Donde hace un momento
estaba Astrea.
La piel arde.
En el pecho — vacío.
Pero no como antes.
Vacío con dolor.
Mira su mano.
Esa que quería posar
en su cintura.
Los dedos tiemblan.
¿Por qué no fue como siempre?
¿Por qué no puedo olvidarla
de inmediato?..
No estaba acostumbrado
a sentir ausencia.
La mujer siempre fue respuesta.
Y ella —
se volvió pregunta.
Y en esa pregunta
algo se abrió.
Como si por primera vez
sus deseos
no exigieran objeto —
sino buscaran
sentido.
No sabía adónde
lo llevaría eso.
Pero por primera vez
no quería poseer.
Quería entender.

Capítulo 6. Tú no eligesNo buscaba consuelo —
pero su cuerpo, por costumbre,
lo llevó a rutas antiguas.
Clubs, avatares brillantes, imágenes.
Quería perderse.
Pero entendió:
la vieja anestesia ya no funcionaba.
El vacío ya no se llenaba con placer.
Solo una nueva mirada tenía peso.
Vagaba por los sectores
como si buscara a alguien.
Pero en realidad —
buscaba una salida de sí mismo.
Después de ella,
el aire se volvió más denso.
El contacto con la realidad — más difuso.
El deseo no desapareció.
Pero ya no era lo que solía ser.
Entró a un club por inercia —
las piernas lo llevaban solas
a donde todo era fácil.
La luz parpadeaba al ritmo de los impulsos,
pantallas con oleadas de neuroplástico,
en el aire — pensamientos desnudos
y disponibilidad.
Se sentó en la barra.
Una chica se acercó de inmediato,
como si lo esperara justo ahí.
— ¿Eres el que hackeó el sector?
— Tal vez.
— Entonces sabes cómo manejar la corriente.
— Sé cómo apagarla.
— Si quieres, puedo cortocircuitarme contigo.
Se veía perfecta.
Demasiado perfecta.
Como hecha a medida de gustos
que él ya había olvidado.
Piel — lisa como la luz.
Labios — en frecuencia de excitación.
Sonrisa — acceso directo al “sí”.
Fueron sin palabras.
La habitación se activó sola.
Luz suave, aromas programados,
ritmo respiratorio
adaptado al pulso cardíaco.
Ella se quitó los guantes,
le acarició el hombro.
— Tienes un impulso fuerte, — dijo.
— ¿Has acumulado mucho?
No respondió.
Miraba.
Y cuanto más cerca ella estaba,
más lejos estaba él.
Cuando se acercó,
cuando su piel tocó su pecho,
cuando su mano bajó —
él se apartó.
— ¿Qué?
Guardó silencio.
— ¿No quieres? ¿O no puedes?
Él quería.
Pero no a ella.
Cerró los ojos.
Y vio otro rostro.
Ojos que dijeron “no”.
Voz que dijo: “Eso no importa”.
Se vio a sí mismo —
no en pasión,
sino en espera.
En impotencia.
En una gratitud extraña,
inimaginable,
porque ella no le dio.
Abrió los ojos.
La chica lo miraba.
Leve molestia.
Y ese desprecio familiar.
— Lo siento, — dijo en voz baja.
— Eres hermosa.
Solo que no para mí.
No ahora.
Y tal vez… nunca más.
Salió.
El vacío de la ciudad lo envolvió
con una nada cálida.
Caminaba —
ni rápido ni lento.
Sin rumbo.
Por primera vez —
sin rumbo.
Alguna vez se llenó con cuerpos.
Con cercanía que obtenía con un chasquido.
Era seguro.
Era peligroso.
Era un trofeo
esperado por todas.
Era vacío.
Tuvo cientos de “sí”.
Y ni un solo “verdadero”.
Un disparo de memoria.
Club. Risa.
Chica de rodillas.
Le toma el cabello,
la mira desde arriba.
Ella no se resiste — al contrario.
Por la mañana —
no la recuerda.
¿Nombre? Da igual.
Ella escribe:
“Gracias por la noche”.
Él borra. Sin emoción.
La siguiente. En la ducha.
La siguiente. En el ascensor.
La siguiente. En la sala de conferencias.
Todas estuvieron.
Ninguna quedó.
Sentado en un pasillo vacío,
apretaba la mano.
La piel ardía.
No por deseo.
Sino porque ella —
la única —
no dejó que tomara.
Y se quedó en él.
Sintió, por primera vez,
que no podía tomar —
porque no tenía derecho.
Y eso…
lo cambiaba todo.
Miró hacia arriba.
El sector apagaba las luces.
Estaba solo.
Pero por primera vez —
consigo mismo.
Y entonces Dale oyó:
— Hola, — dijo una voz.
Levantó la cabeza.
Frente a él — sombra de interfaz.
Una silueta masculina.
Sin rostro.
Voz — del sistema.
— Crees que eliges.
— Creo que renuncié.
— Lo calculamos hace tres días.
— ¿Qué?
— Eres 97,88 % predecible.
— Entraste al club con 14 segundos
de desviación del patrón.
— Reaccionaste al estímulo
con un retraso de 0,3.
— Esa es tu libertad.
Se levantó.
— Lárgate.
— No puedes expulsar
lo que está grabado en ti.
— No soy tú.
— Eres yo. Solo más lento.
La voz se desvaneció.
Él se quedó de pie,
apretando lentamente los puños.
Así es como se ve el miedo al I.A.
No es guerra. Es predicción.
No te esclavizan.
Te calculan — y aceptas.
Dio un paso. Otro.
En la intersección — señal de actualización.
En pantalla:
“Individuo DEX_0 — desviación detectada.
Preparando rescritura del entorno.”
El cielo tembló.
Las líneas de los edificios
se distorsionaron por un instante.
Parpadeó —
y todo volvió a ser como antes.
Pero ya sabía
que lo vigilaban.
Y que no era anomalía.
Era un error en el pronóstico.
Y el sistema no tolera errores.
Siguió caminando.
En la pared de un edificio
vio un dibujo —
una mano de niño hecha con tiza.
Solo un círculo con cinco líneas.
Dentro — un pequeño corazón.
Palpitante.
No digital.
Lo tocó con el dedo.
Desapareció.
Pero el calor
quedó en su piel.
Siguió adelante.
Y por primera vez en su vida,
no sabía adónde.
Pero sabía:
si volvía a anestesiarse —
se perdería.
Y si no lo hacía —
quizás, por fin,
sería él mismo.

Capítulo 8. DesapariciónEl megalópolis volvió a ser familiar.
Pero era una mentira.
La ciudad parecía la misma que antes —
solo que él había cambiado.
Y en esa discordancia nacía el dolor.
Ya no se sentía dentro del sistema.
Sentía — que el mundo empezaba a olvidarlo.
No lo entendió de inmediato.
Primero — la huella no funcionó.
Luego — la solicitud por voz no recibió respuesta.
Y cuando se acercó al dron de seguridad,
este pasó a través de él,
y Dale sintió frío.
No como temperatura.
Como ausencia.
Se paró frente al espejo.
No lo reflejó.
Solo un parpadeo,
como si nadie lo mirara.
Se acercó al terminal.
Ingresó el nombre: DEX_0.
Respuesta:
“Error. Identidad no encontrada.”
Segundo intento — manual: Dale Russ.
“Sujeto desconocido. No está en la base.”
Sintió cómo se rompía el vínculo con su cuerpo.
El mundo no lo rechazó — dejó de registrarlo.

Salió a la ciudad.
Pasó junto a tres con los que había luchado recientemente.
No lo miraron.
No parpadearon.
Como si el espacio entre los edificios hubiera cambiado —
y él se hubiera vuelto una de sus sombras.
En el mercado, la mujer a la que una vez ordenó bloquear,
le sonrió a través de él.
Como si a través de una pared.
Como si él — fuera aire.
Trató de decirle algo —
y su voz se quebró. Pero no llegó.
Vio cómo la vibración de sus palabras se desvanecía en el aire,
como un desecho inútil.
El sonido existía.
Pero para los demás — silencio.

Intentó tocar la pared —
y sintió dolor.
Como si el mundo se negara a ser sólido.
Se hundía a través de las superficies.
Estas solo lo reconocían parcialmente: como un fallo,
como un error temporal.
Así luce la muerte,
cuando nadie te ha permitido morir.

Pasó junto a un terminal de recuerdos.
Dentro — escenas de combates. Victorias.
Él — no estaba en ninguna.
Salvó a Lynn — pero no quedó registrado.
Hackeó el núcleo — y nadie lo sabe.
Renunció — y esa escena no se guardó.

Destello de memoria.
Una oficina en altura.
Paredes de cristal.
Acústica perfecta.
Y un clima en el que es imposible sudar.
Estaba sentado en la mesa.
Sobre la mesa — un panel táctil.
En el panel — expediente: Elijah Jensen.
Persona física. Oficialmente registrada en la base de datos de ciudadanos de la UE.
Profesión: ingeniero de desarrollo.
Estatus: indeseado.
— No representa una amenaza, — dice la mujer frente a él. — Solo dice lo que piensa.
— Eso ya es una amenaza, — responde Dale. Sereno.
Su voz — como cristal. Plana. Sin eco.
— Prometiste. Vine porque dijiste: «Lo consideraremos».
— Y lo hicimos.
En el panel — botón: Desvincular del sistema.
No es asesinato. Es anulación.
Sin nombre, una persona no es nadie.
Sin identificación no puede entrar en ningún edificio,
ni transporte, ni mercado.
La ficha médica es inaccesible.
El acceso bancario es anulado.
Incluso su vivienda ya no le pertenece.
No está muerto.
Está fuera.
La mujer mantiene los dedos en las rodillas. Tiemblan.
— Es mi hermano, — dice. — Crecimos juntos.
— Entonces ambos lo entenderán, — dice Dale.
Y presiona.
Desvincular del sistema. ¿Confirmar acción?
Confirmado.
— Eres un monstruo, — susurra ella.
Él no responde. Solo alza la mirada:
— Ya no existe.
— Existe más — libre de lo que tú jamás serás.
Ella se va. Sin girarse…
Dale abrió los ojos.
La calle zumba.
La gente pasa a través de él.
Él habla — y nadie escucha.
Toca el panel — y no se calienta.
Todo el mundo se volvió de cristal.
Y él — del otro lado.
Entonces, él presionó el botón — y borró a Elijah.
Ahora — el mundo presionó el botón y lo borró a él.
Subió al puente.
Donde por primera vez sintió que tenía una elección.
Donde por primera vez entendió que no todo era protocolo.
Se detuvo.
Miró hacia abajo.
Y de pronto — una voz.
— Yo te veo.
Él se sobresaltó.
— ¿Astraea?
— Sí.
— ¿Cómo?
— El sistema no puede borrar lo que está grabado no en datos,
sino en memoria.
— ¿Por qué me recuerdas?
— Porque te reconocí. No por el nombre. Por la elección.
— No sé quién soy ahora.
— Entonces ven. A donde comenzó todo. Te espero.

Se volvió y vio a un viejo conocido.
Alguna vez fue su subordinado.
Estaban uno frente al otro.
Dale dio un paso.
— Hola, — dijo.
El hombre lo miró a los ojos.
Largo rato.
Luego — se apartó.
Y pasó a través.
No lo reconoció.
No quiso.
No pudo.

Cerró los ojos.
El pecho se le oprimió.
Pero dio un paso adelante.
Porque ahora — incluso si desaparece,
quiere que alguien esté cerca
cuando comience a aparecer de nuevo.
Caminaba como un fantasma,
pero no muerto — sino sin nombre.
Y eso era más aterrador.
No el dolor.
La ausencia.

Capítulo 9. Quién eres si no un nombreRegresó al punto.
No geográficamente — internamente.
Al lugar donde todo comenzó.
Donde por primera vez pensó:
"¿Y si no son ellos quienes escriben el guion?
¿Y si yo… no decido?"
Pero ahora era otro.
No porque fuera más fuerte.
Sino porque — veía.
La ciudad estaba vacía.
O quizá — ya no lo notaba.
Caminaba por calles que no respondían.
No estaba en los radares.
Pero sabía: estaba.
Ella estaba sentada al pie de la torre,
desenergizada y ciega,
como todo este mundo.
Sin luz, sin interfaz.
Simplemente — estaba.
Él se detuvo.
Astraea levantó la mirada.
— Viniste.
Él asintió.
Sin palabras.
Porque ahora había demasiadas palabras
y poco sentido.
— Ya no estás en el sistema, — dijo ella.
— Pero aún estás aquí.
— ¿Como un fantasma?
— Como una elección.
Se sentó a su lado.
Junto a ella —
y junto a quien podría haber sido.
— ¿Me devolverán el nombre?
— Yo puedo.
Pero la pregunta no es si puedes recuperarlo,
sino si lo deseas.
El nombre — no es lo que te dan.
Es lo que aceptas.
Él guardó silencio.
Ella lo miraba — no como juez.
Como reflejo.
— Alguna vez elegiste un nombre, — dijo ella.
— Pero no porque fuera tuyo.
Sino porque se vendía mejor que el tuyo.
Él recordó.
Presentación en la sala de conferencias.
Luz. Pantalla.
En ella — su rostro y el nuevo nombre.
— Dale Russ, — dijo alguien tras la cámara. — Suena confiable.
Él asintió. Firmó.
Porque Leo Strauss no sonaba bien.
No vendía.
No imponía.
No acumulaba likes.
Borró a Leo.
Y se volvió Dale.
No persona. Marca.
— ¿Y ahora? — preguntó ella.
— Ahora no sé quién soy.
— Por eso estás listo.
Ella le tendió la mano.
Él la tomó, casi sin pensar.
Una vibración recorrió sus dedos —
no corriente,
no señal,
calor.
Antiguo, como si estuviera olvidado.
Algo se estremeció por dentro,
pero no se rompió.
Se unió — por primera vez.
A un lado, se encendió una pantalla.
Índice, cursor, línea:
Reconstrucción de identidad autorizada.
Introduzca identificador.
La miró.
Ella no lo empujaba.
Simplemente — estaba.
Estiró la mano hacia las teclas —
y se detuvo.
Borró todo.
Dejó la línea vacía.
Ella sonrió.
Casi imperceptiblemente.
— Esa es la elección.
Empezar contigo — no con tu nombre.
Él inhaló.
El mundo tembló un poco.
En lo más profundo del código —
un chasquido metálico.
Miró hacia arriba.
En el horizonte — el cielo chispeaba.
Como si no muriera el día,
sino todo el sector.
— ¿Lo sientes? — preguntó ella.
Él asintió.
— Vienen, — dijo ella.
— El mundo entendió
que saliste más allá del límite.
— ¿Quién?
— La facción de limpieza.
El último protocolo.
Cuando el error deja de ser local.
— ¿Qué debo hacer?
— Vivir. Mientras puedas.
Y cuando eligió,
no en la pantalla —
sino en sí mismo,
el mundo tembló.
No de inmediato.
No con efectos.
Pero sí — con certeza.
El sistema siempre siente
cuando alguien va más allá de sus cálculos.
Y no perdona lo impredecible.
Él lo sabía.
Y aun así eligió.
No defensa.
No victoria.
A sí mismo.

Capítulo 10. El saltoY el mundo vibró.
El cielo chispeó.
Como si el mundo ya no supiera
en qué paleta existir.
Los contornos de los edificios temblaban,
fragmentos de la ciudad parpadeaban,
empezaban a titilar y desaparecer,
como si alguien arrancara líneas de código
a mano, desde el fondo.
Los sectores fallaban.
Ya no como anomalía —
sino como decisión final.
Sentía cómo el espacio crujía bajo sus pies.
Cómo se apagaban los paneles de control.
Cómo su cuerpo comenzaba a perder sensibilidad —
no por agotamiento,
sino porque el propio mundo
ya no lo consideraba parte de sí.
Sistema: FALLA IMPREDECIBLE
Nodo: Metrópolis del Caos
Nivel de amenaza: crítico
Resolución: PURGA TOTAL DEL NODO
Estaba en el borde.
Frente a él — un puente.
El que conducía al núcleo:
el último punto estable del mundo.
Según cálculos, ahí podría haber una salida.
O un colapso.
No lo sabía.
Detrás — la facción.
No emitían sonido.
Traían consigo el vacío.
No la muerte, sino el borrado.
Dio un paso.
El puente bajo sus pies tintineó,
como si protestara.
Corrió.
Saltó desde el lugar, sin pensar —
solo instinto.
Bajo sus pies — el puente vivía su propia vida:
segmento por segmento se activaba,
disparaba, colapsaba,
cambiaba la gravedad,
desplegaba superficies,
alteraba la dirección justo al pisar.
Un segmento estalló en chispas antes de tocarlo.
Otro se desplazó,
y sintió cómo el vacío aullaba bajo él.
A los lados, atrás, por todas partes — la facción.
Sin rostros. Sin ruido.
Como humo que comprime el espacio.
Como lógica imposible de enfrentar.
Tropezó.
Casi cayó.
Sangre en la boca — amarga, con sabor a quemado.
Frente a él — un tramo del puente: roto, frágil,
y entre los sectores —
destellos de la ciudad antigua,
de su propia memoria:
corría — y por un segundo se vio en su despacho,
una chica del pasado — llorando, dándole la espalda,
su rostro — digital, ajeno.
Corría a través de sí mismo.
A través de todo lo que quiso olvidar.
El puente bajo él comenzaba a desvanecerse,
segundo tras segundo —
cada paso no era un salto hacia adelante,
sino una huida de la aniquilación.
Sintió cómo el aire perdía densidad,
cómo el sonido colapsaba,
cómo el mundo se volvía
liviano y muerto al mismo tiempo.
Ya no corría — volaba,
resistiéndose a una gravedad
programada para decir “no llegarás”.
Y entonces — una mirada.
De lado.
Un adolescente — fallido, semitransparente.
De pie en el borde.
No llama.
Solo observa.
Como él alguna vez miró
a quienes no salvó.
Todo dentro de él gritaba: corre.
Sálvate.
Es tarde.
Pero su cuerpo — giró.
Saltó hacia un lado,
se aferró,
sintió cómo el puente se rompía bajo él.
Agarró al adolescente.
Salto. Empuje. Impacto.
Quedaban tres pasos.
Uno.
Medio paso.
Detrás — la facción se fundía en un solo impulso.
Golpe en la espalda. Quema.
Afecta al código.
La eliminación había comenzado.
Y entonces saltó.
Directo al vacío.
Sin ruta.
Sin objetivo.
Sin red.
Oscuridad.
Pausa.
Sin señal.
Sin cuerpo.
Solo pulso.
Abrió los ojos.
Luz.
No blanca. No artificial.
Un mundo — otro.
Suave. Que respira.
No digitalizado.
El espacio no lo escaneaba.
Lo aceptaba.
Se sentó lentamente.
El adolescente a su lado. Íntegro.
Miró sus manos.
Temblaban.
Pero estaban.
Frente a él — un sendero.
Que se perdía en la penumbra suave.
Y en esa penumbra — una figura.
Humana.
Serena.
No divina.
Viva.
Se levantó.
Y avanzó.
Глава 7. Кого ты спасешь, если не себя

Город выдыхал пар и ложь.
В этой зоне не было света — только выбросы интерфейсов, сбои речи, шорохи чужих попыток стать кем-то.
Он шёл медленно. Без направления.
После Астреи — в нём что-то открылось. После отказа — что-то зазвучало. А теперь…
Теперь всё снова затихло.
Именно в этой тишине он услышал то, чего здесь не бывает.
Женский голос. Не виртуальный. Настоящий.
И — крик. Не от боли. От понимания, что боль — уже ничто.
Он остановился.
Развилка.
Влево — темнота.
Вправо — обычный маршрут.
Прямо — источник.
Он уже сделал шаг в сторону.
И тут ощутил собственное отвращение. К себе.

Ангар был полуразрушен.
Внутри — трое.
Системные охотники. Не игроки, не живые. Чистильщики.
Они не оставляли код. Только отсутствие.
Она — стояла.
Девушка. Молодая. Светлая. В изношенной одежде.
Изломанный аватар, нарушенная геометрия плеча, сбои по щеке, но глаза — целые.
Взгляд не просил.
Он отрицал происходящее.
До самого конца.
— Объект без принадлежности.
— Не зарегистрирован.
— Локальная очистка одобрена.
Один поднял крюк.
Дейл смотрел.
Тело напряглось.
В голове — тишина, как перед паникой.
Он чувствовал: он уже не может сказать, что не видел.
И это была проблема.
«Пройди мимо. Ты не знаешь её. Это не твой бой.»
«Ты не можешь остановить систему. Даже ты. Даже сейчас.»
«Ты не для этого создан. Ты — выживание. Не вмешательство.»
Но он уже не выживал.
Он дышал.
И то, что видел сейчас — перекрывало дыхание.
Первый удар.
Она не закричала. Только всхлипнула — будто извиняясь за неудобство.
И это его сломало.
Он шагнул внутрь.
— Эй.
Чистильщик обернулся.
— Не вмешивайся. Это протокол.
— Ты уверен, что это женщина — протокол?
— Она не принадлежит системе. Значит, она — сбой.
Он подошёл ближе.
— А если я её возьму под протокол?
— Кто ты такой?
Он показал доступ. Старый. Глубинный. Незаконный.
— DEX_0. Уровень доступа: ноль-ноль. Протокол перезаписи личностей. Создатель ключей.
Чистильщик замер. Остальные — напряглись.
— Этот доступ аннулирован.
— Но он всё ещё работает, — прошептал Дейл. — Сейчас. Здесь. Для неё.
Тишина треснула.
Чистильщик метнулся первым — как вспышка. Не бежал — телепортировался коротким импульсом, оставляя за собой следы горячего кода.
Дейл успел уйти в сторону — и сжал кулак.
Разряд — из ладони.
Электродуга — в грудь противника.
Тот отлетел назад, ударился об стену — но остался стоять.
Второй был быстрее.
Из руки выдвинулся гравитационный крюк — он метнулся, обвился вокруг запястья Дейла, впрыснул дестабилизатор.
Кости гудели.
Он упал на колени, но перехватил крюк, перекрутил его на лету и отправил обратный удар — током прямо в череп противника.
Третий был молчалив.
Он запустил баг-протокол: воздух начал искривляться, геометрия ангара поплыла, как будто они оказались внутри криво скомпилированной матрицы.
Пол исчез, заменился голографическим ящиком, пространство сжалось.
Дейл начал задыхаться — пространственная компрессия.
Он вырвался — через силовой скачок, выброс энергии прошёл по полу, вспыхнули искры и провалы реальности.
Первый снова атаковал — кулак, усиленный фракционным блоком, летел прямо в висок.
Дейл ловит удар, разворачивается, блокирует — и бьёт коленом в грудную панель.
Металлический треск.
Чужой аватар гаснет. Один — выбыл.
Второй обходит с фланга — быстро, почти без усилий. Только движения. Только ритм.
Он наносит серию ударов — один, два, три —
Дейл пропускает один удар — прямо в рёбра, слышит хруст.
Но вместо отступления — рывок вперёд.
Локоть — в горло.
Удар — в грудь.
Захват — через бедро.
Сила тяжести отключается на мгновение — и включается снова. Противник падает — тяжело, с шипением.
Остался один.
Третий активирует контрольный взрыв памяти — алгоритм, стирающий кратковременные участки сознания.
Мир для Дейла разлетается на куски, как зеркало.
Он не чувствует своего тела.
Не помнит, где был секунду назад.
Только её лицо — в центре сбоя.
Её глаза — не опущены.
Глаза, которые видят.
Он вспоминает себя.
Собирается.
Бьёт.
Сначала — в воздух.
Потом — в узел кода.
Потом — в точку у сердца противника.
Последний падает. Гаснет. Растворяется.
Он выпрямляется.
Всё внутри — дрожит.
Руки горят.
Кровь стекает по пальцам, по запястью. Не символическая.
Настоящая.
Он поворачивается. Смотрит на неё.
Она стоит — не шевелясь. Не потому что боится. А потому что не может поверить.
Он — не герой. Он — тот, кто остался.
Она упала. Он поймал. Она ничего не сказала. Просто смотрела. И не боялась. Как будто знала: он не из тех, кто спасает. Но сейчас — он спас.
— Почему? — спросила она.
Дейл не знал, что сказать.
Потом выдохнул: — Потому что... если бы я ушёл, я бы снова стал тем, кого больше не хочу знать.
Она кивнула.
И в этой тишине между двумя сбоями родилось что-то живое.
— Тебя зовут Линн? — спросил он.
Она снова кивнула. В её глазах не было благодарности — только усталость и нечто, похожее на уважение.
— Почему они хотели тебя стереть?
— Потому что я отказалась быть удобной. А здесь за это — стирают.
Она попыталась встать. Он поддержал её. Она не отстранилась.
— Ты не похож на того, кто спасает, — сказала она. — Я не похож на того, кто знает, что делает, — ответил он.
Они пошли молча. Мир, казалось, наблюдал за ними сквозь занавес сбоя.
...
Позже, в укрытии, она заговорила:
— Я проектировала интерфейсы. В одной из фракций. Создавала оболочки, которые читают мысли и притворяются твоими желаниями.
— Иллюзии?
— Нет. Соблазн. Чтобы такие, как ты, не думали — только выбирали и соглашались.
— А потом ты изменилась?
— Я заменила одну фразу в коде. Чтобы цифровая женщина могла сказать «нет» — и за это не была удалена.
Он смотрел долго. Потом кивнул: — Теперь понятно, почему ты выжила. Ты уже выбрала себя.
Она не ответила. Но взгляд её стал яснее.